En un recital de casi tres horas, la banda liderada por Fer Ruíz Díaz, completamente desbordado por la emoción, despidió a una de sus almas creadoras.
Hay noches en que los pormenores técnicos, la fineza a la hora de tocar un instrumento o incluso los errores de organización quedan tapados por algo que la música crea y nos excede. Quizás ese sea el condimento más importante de lo vivido el pasado 1 de mayo en Tecnópolis. El segundo día del Quilmes Rock tenía la difícil tarea de igualar un show de Gorillaz de altísimo nivel. Sus cartas fuertes eran la siempre cumplidora (y es un adjetivo que le queda muy corto) Divididos, y el regreso de Catupecu Machu. Una noche para el recuerdo de su bajista y fundador, Gabriel Ruíz Díaz.
Antes de desarrollar una apreciación sobre el costado musical del evento, la organización se llevará unas palabras. Fue desastrosa. Con más de veinte años en el lomo, uno esperaría que la producción sea algo que quienes lideran el Quilmes Rock tienen aprendidas. Caracterizado por ser un evento popular, que junta lo mejor de nuestro rock, esta edición se vio contagiada de algunos vicios de los grandes megafestivales foráneos. El resultado fue caótico. Enormes colas para ir al baño o para comprar algo para comer. Pasos extra “cool” como cargar una tarjeta para comer en vez de ir a comprar la comida a la vieja usanza. El nunca entendido “patio cervecero”, que parece más un corral que un patio. Ni hablar de la señalización, descubrir cómo interactuar entre cinco escenarios era una tarea imposible. Alejarse de las raíces sale mal. Pero por suerte, pese a todo esto, se pudo disfrutar de algunos buenos shows.
¿Qué decir del show de Catupecu? Usted sabe que quien escribe fue muy crítico con la campaña previa al show y el uso de la imagen de Gabi. Hay que hacer honor a la verdad. Lo que desplegó ayer la banda de los Ruíz Díaz fue antológico. Y no tuvo que ver con un sonido descomunal, esa medalla se la llevo Divididos unos minutos antes. Tuvo que ver con un encuentro dónde la emoción rompió cualquier tipo de barrera entre las miles de personas presentes, los músicos de Catupecu y Vanthra, y un Fernando completamente atravesado por el recuerdo de su hermano.
Siendo justos con Catupecu, Divididos no le dejó la cancha fácil. La Aplanadora desplegó un arsenal de temas tremendo. Repartidos entre su propia carrera, clásicos de Sumo y algunos covers icónicos como “Tengo”, de Sandro, o “Salgan al Sol”, de La Pesada, Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Catriel Ciavarella demuestran cada vez que se suben a tocar que están en el panteón grande de nuestro rock. Hubo un momento para recordar al querido Jorge “Killing” Castro, histórico manager de “La Aplanadora” que lo homenajeó en “Amapola del 66”. Divididos hizo que el frío que asolaba Tecnópolis no se sintiera durante algunas horas, y luego del cierre de “Cielito Lindo” era jodido salir a tocar.
La realidad es que a Catupecu el arranque le costó. Lejos de esa visceralidad que sabía mostrar la banda porteña, Fer estaba mostrando un lado musical más similar al Vanthra de los últimos años que al histórico trío. El calor se lo llevaba el regreso de “Aprile” Sosa, batero fundador del grupo, que tocó los primeros temas junto a “Macabre” y Charly Noguera, en una especie de formación 2.0 que interpretó “Secretos Pasadizos” y “Héroes Anónimos”.
Visiblemente conmovido, y en un constante recuerdo de su hermano, Fer se fue impregnando del calor popular para llevar adelante un show difícil. Poco más de un año hace de la partida física de Gabriel y el encuentro tuvo algo de despedida, algo de ascenso. “Este es el mejor show de mi vida”, dijo más de una vez el guitarrista entre lágrimas. La emoción le ganaba a todo otro condimento nocturno y nos juntaba en una noche única para una de las bandas más grandes del siglo XXI en el rock nacional.
La mecha recién comenzó a prender promediando el show. Con un excelso Julián Gondelli, de Vanthra, en batería, Catupecu le puso calor al campo con “Acaba el Fin” y “Dialecto”. La gente prendía, la banda se dejaba llevar por el calor popular y se tomaba ciertas licencias sobre el escenario. Fer, constantemente apoyado en el público para entonar las canciones, no dejaba de pedir la piel y el alma de cada presente en el Quilmes Rock para esa noche antológica.
Hubo invitados de alto calibre, uno de los “héroes de Gabi en el bajo”, Flavio Cianciarulo, Sr. Flavio de los Cadillacs, subió a tocar “En los Sueños”, sacándole un sonido a las cuatro cuerdas que solo le sacan los que están un paso por encima del resto. Algunos temas después se cumplió un sueño tardío, Wallas y "El Tordo" Mondello de Massacre se subieron a tocar ese tema que “Catupecu transformó en un hit”, cómo una vez dijo el propio líder de Massacre. “Plan B: Anhelo de Satisfacción” fue una explosión humana y uno de los momentos más altos del recital.
Luego de uno de los varios interludios con palabras de Gabi en el escenario, la banda se despachó con una súper formación a dos baterías, dos bajos, guitarras y esa sensación de alegría sobre el escenario que se contagiaba fácil, incluso para quienes no somos fanáticos a ultranza del grupo. “Dale!”, “Entero o a Pedazos” (interpretada en breve lapsus por Fer y Aprile, en uno de los tramos más íntimos de la noche), “Y lo Que Quiero es Que Pises Sin el Suelo” y el himno y despedida de Gabi, “Eterno Sol”. Todos intervenidos, deformados y reformados para que cada canción tenga su condimento de único.
Eran cerca de las dos de la mañana cuando se bajó el telón. La banda completa agradeció más de una vez, el propio Fer Ruíz Díaz, acompañado de su hija Lila, se mostraba totalmente desbordado por la emoción, una emoción contagiosa, sincera, difícil. De lado quedarán algunas posibles críticas que ya hemos volcado por estos lares. Lo cierto es que Catupecu volvió por una noche para homenajear, quizás despedir definitivamente, a su alma creadora. La comunión con su gente era necesaria, Gabi se merecía esa despedida. El futuro dirá si hay más páginas en la carrera de la banda. Sin dudas la que escribieron el pasado 1 de mayo va a quedar grabada en la historia de nuestro rock.
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