A raíz de una nueva denuncia de abusos en el ambiente del rock vuelve a hacerse ver la palabra “Deconstrucción”, muchos estamos en ese proceso, pero en un espacio tan machista como el rock ¿Quién se tiene que deconstruir?
En estos días el mundo del rock volvió a verse sacudido por una denuncia de acoso sexual hacia una mujer (o mejor dicho varias). Estas denuncias suelen ocurrir, muchas pasan debajo de los radares mediáticos, otras han generado más revuelo por tratarse de bandas más conocidas, como el caso Salta la Banca, Utopians, De La Gran Piñata, El Otro Yo, etc. Esta vez le “tocó” a PEZ, una banda que, como varias de sus antecesoras, suele tomar una postura crítica hacia la sociedad machista en que vivimos y que en estos tiempos empieza a verse sacudida por un movimiento feminista cada vez más firme y masivo. Sin necesidad de ahondar en los detalles de esta denuncia particular (puesto que ya se desarrolló el tema en otro espacio de este medio), la situación en si de una nueva denuncia y la postura tomada por la banda me hacen pensar en varias cosas, porque esta denuncia, como todas las anteriores, no puede ser analizada como un caso aislado, el solo hecho de que en el último año hayamos tenido tantas que salieron a la luz da cuenta de que es algo que no pertenece a unos “pocos depravados” del género, todo lo contrario.
A continuación quiero poner en tela de juicio algunas cosas, en primer lugar, del rol que nos toca a todos y todas, hoy, para revertir una situación que es parte de la sociedad machista en que vivimos y que reproducimos cuando nos “metemos” en el mundo del rock, porque decir que los abusos pertenecen solo a quienes se suben al escenario sería lavarse las manos. Segundo, de cómo se llevan adelante estas denuncias, que si bien puede generar cierta polémica, realmente hace difícil analizar los casos, aunque lamentablemente, siempre vamos a elegir estar del lado de las pibas, porque suelen tener razón.
Como dije, primero hay que revisar cómo se “maneja” el ambiente en general. El rock ha sido desde su nacimiento, como todos los otros espacios sociales, machista. La cosificación de la mujer está a la orden del día, podemos encontrar sin esfuerzos miles de letras donde no hay nada que envidiarle a los “dame duro papi” del reggaetón. Figuras icónicas de nuestra música no sobrevivirían a los tiempos que corren, si bien adoro a “Pappo”, es un tipo que en estos tiempos hubiera sido acertadamente repudiado por si misoginia. El tema son, precisamente, los tiempos que corren. Hoy no podemos seguir justificando ciertas actitudes, no vamos a permitir que un dinosaurio como “Cacho” Castaña diga que una mujer tiene que gozar una violación, es nuestro deber, como seres que transitamos este contexto, poner en jaque el ambiente. Porque además de los músicos, no faltan entre los managers, prensas, periodistas, etc. Quienes hacen uso y abuso de su posición para “negociar” una nota, una cobertura o un espacio para tocar. Los mismos que, asumiendo un hipotético lugar de fama, buscan abusar de fotografas o cronistas que vayan a cubrir sus shows. Las mismas bandas que asumen que una prensa mujer “Garpa más” porque llamará más la atención de determinados espacios mediáticos. El machismo en el rock no se reduce a un intento de violación o una actitud acosadora de un músico, allí solo encuentra su punto culmine, pero hay todo un caldo de cultivo donde se gesta esa posibilidad.
No faltaran además, quienes aseguren que si una chica accede a tomar algo con la banda post show, era porque sabía que podía pasar algo así ¿Acaso quien escribe u otro fan masculino está imposibilitado de tomar algo con la banda? ¿Si se quiere tomar algo con la banda, necesariamente tiene que haber un deseo sexual en el medio? Debemos asumir que una chica puede estar en esa situación sin tener que estar expuesta a que un miembro de la banda quiera tener sexo con ella.
Por otro lado, en una escala menor, hay una cuestión acerca de las denuncias sobre acoso que debemos revisar. Si bien entendemos que la denuncia anónima preserva la identidad de la víctima, también hemos visto casos donde se ha tratado de una acusación falsa. Ante la duda, sin dudas, estaremos de lado de las pibas, porque sufren esta realidad día a día, y quienes vemos el ambiente sin una mirada rosa y fanática, sabemos que son cosas que lamentablemente siguen pasando. Pero también nos ponen en jaque las malintencionadas denuncias falsas, como medio tenemos la obligación de investigar para poder certificar la veracidad o no de las mismas, pero el público en general vive tiempos de sensibilidad ante la discusión del género. Una denuncia falsa puede generar un prejuicio irreparable a una banda inocente, y bien sabemos que las malintencionadas mentiras son moneda corriente de algunos seres macabros, nuestros gobernantes hacen uso de estas mentiras a diario. Dejaremos en manos más especializadas esta duda, pero el tiempo que transcurre entre una denuncia falsa y su verificación es otra cuestión que, si bien es de mucha menor gravedad que una denuncia en sí, es un aspecto sobre el que también se debe avanzar. Estos espacios son de trascendental importancia para las mujeres que sufren de acosos y abusos de parte de los hombres, las denuncias falsas solo logran que quienes buscan sostener el status quo deslegitimen el espacio de denuncia, cuidémoslo entre todas y todos para que sigan siendo ese lugar necesario para que las victimas puedan contar lo que les pasó.
Desde este espacio quien escribe no es erudito, no ha avanzado ni la mitad del camino que corresponde a nuestro cambio de paradigma como sociedad. Pero si ha tenido la suerte de tener mujeres politizadas que ayudan en ese camino a diario, y eso hace que uno vea la contaminación que persiste en el rock. Cuando un músico como Aysine dice que “está en proceso de deconstrucción” es necesario (aunque en su caso sea una total falacia mediática), pero más necesario es que el ambiente entero sea deconstruido, desde los músicos más influyentes hasta las fanáticas y los fanáticos más “comunes”, sino seguiremos tirando la pelota para otro lado, analizando casos aislados, cuando se trata de una patología social.