La Bella Época cerró el doblete en The Other Place con un show de alto voltaje. El mensaje directo, la zapada setentosa y la autogestión como pilares del encuentro.
La Bella Época es una de esas bandas que viven el vivo. Lo viven como ese espacio de explosión emocional y corporal que genera otras vías de conexión. Otras frecuencias, como ellos aclararon más de una vez. Y la cabeza y el corazón están puestos en que eso no se pierda. La propuesta pensada para los primeros shows del año de la banda buscó generar un encuentro donde convivan tres pilares de la banda. Mensajes claros, autogestión y rock visceral de los setenta. La cita fue en The Other Place, un espacio que ya se metió de lleno en el inconsciente del público de rock porteño.
Llegamos al oscuro túnel que conduce al interior de The Other Place pasadas las 20:00. En Gascón 104 parecen haber logrado un túnel del tiempo que te lleva a los boliches pre Cromañon. Lejos de las propuestas gourmet del consumo rockero moderno. Dentro nos esperaban varios stands de diferentes artesanos y artesanas, intervenciones artísticas orientadas al 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer), exposiciones de fotos, y una colección alucinante de coches antiguos restaurados por el gurú espiritual de La Bella Época, Hugo.
Fernet de por medio, los primeros minutos nos dedicamos a disfrutar del crisol cultural que nos proponía la banda. El ambiente ya es familiar, no tardamos en cruzarnos con alguno de los músicos o de las y los colegas que trabajan para dar vida a toda esa movida. Las charlas han cambiado respecto a meses anteriores y el 2020 viene con desafíos de disco nuevo y nuevos horizontes para el grupo.
No tardamos mucho más en bajar a donde suenan los equipos y la distorsión se hace protagonista. Nos recibió Shapo, un trio de rocanrol pesado, un bajo muy protagonista y letras de gran contenido social. Con un show corto pero contundente Shapo no dejó pasar la lucha feminista, entonó “Ni Una Menos”, de su último disco ¿Cuál es el lobo que alimentas? (2018) y se despidió agradeciendo a toda la familia de La Bella Época por haberlos invitado a ser parte de la fecha.
Apenas pasadas las 22:30 comenzaron a sonar los pesados golpes en la bata de “Machi” que dan paso a “Toay”. La imagen de Milagro Sala en las pantallas y la irrupción violenta de un hard rock visceral y lleno de verdades. Las teclas del “Negro” Amaya le daban a las canciones de La Bella Época ese aroma a Deep Purple que el resto de la banda acompaña de forma milimétrica. El show fue contundente y conciso. Los temas se superponían entre sí. Algunas diferencias de horarios producidas en la jornada del sábado obligaron a ajustar tuercas. ¿El resultado? Una seguidilla de canciones entrelazadas que no daban tiempo ni a respirar. “Golpe a Golpe”, “Despierta la Fuerza”, “Agradecido” y un cover al taco de “Ritmo y Blues con Armónica” de Vox Dei fueron parte del repertorio. Luego de una poderosa zapada en la que Hugo se hizo cargo de los parches y “Machi” pasó al frente con una viola, llegó el cierre. “La Ruta del Desierto” dedicada a la memoria de Santiago Maldonado. Entonando “vi traidores sin fe, hicieron llorar a un pueblo. Convirtiendo su voz en un nocturno lamento, y allá va el malón galopando por su tierra, resistiendo al dolor de una herida que no cierra. Hermano no me frenes que voy para tus pagos buscando la palabra que supiste gritar”.
Casi una hora de show nos regaló La Bella Época para cerrar dos fechas cargadas de ideología. Lejos de las pretensiones puristas de algunas bandas en estos años. Con la claridad de que la música debe decir algo, algo fiel al sentir de sus músicos. La certeza de que las notas abren una frecuencia distinta desde la que dar algunas batallas. La Bella Época es una banda de trinchera. Ir a verlos en vivo es un acto de rebeldía con el propio pensar. Vayan. No les prometemos que vayan a salir impolutos.