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Foto del escritorDavid Pazos

Gambito de Dama: un mundo en 64 casillas

Netflix estrenó con gran éxito esta serie donde se mezcla un mundo de adicciones: el ajedrez, la drogas y el alcohol.



Para el imaginario colectivo, el ajedrez es un deporte/juego destinado a intelectuales. El estereotipo del jugador de ajedrez es el de alguien introvertido, aburrido, tímido, con anteojos y probablemente con aversión hacia cualquier actividad física. E, incluso en el siglo XXI, sigue siendo visto como un juego de hombres.


Pues bien, Netflix vino a romper con esta idea en los siete capítulos que dura esta miniserie, que tiene como protagonista a Anya Taylor-Joy (Fragmentado, Peaky Blinders y próximamente Furiosa, la precuela de Mad Max), quien interpreta a una joven huérfana (Elizabeth "Beth" Harmon) que es acogida en un orfanato cristiano de niñas. Una práctica diaria de este lugar consiste en dar tranquilizantes a las niñas (algo habitual en la decada del '50, tiempo en el que transcurre la serie) y Beth rápidamente se hace adicta a ellos. Poco después descubre al conserje (el señor Shaibel) jugando al ajedrez; primero aprende los movimientos de las piezas tan solo observándolo y luego le pide a este que le enseñe. En un principio el Sr. Shaibel se muestra reacio, porque "las niñas no juegan al ajedrez", pero finalmente accede y descubre a una niña de gran talento, lo cual a su vez potencia su adicción por las pastillas: Beth descubre que cuando las toma puede visualizar los movimientos en su cabeza y que juega mucho mejor.


Años más tarde es adoptada por una matrimonio "tipo" de esa década: una pareja rota, con problemas económicos y buscando en la adopción una nueva oportunidad. Tras adoptarla, el padre se marcha (cuándo no) y Beth desarrolla una conexión con su madre adoptiva Alma (Mariele Hellen) que es otro de los puntos altos de la serie: una relación de cuidado mutuo, de cariño, de oportunismo y tóxica por dónde se la mire.


A medida que la joven va creciendo también lo hace todo lo demás: su talento en el ajedrez y sus éxitos en las competiciones, su fama, la relación con su madre y, por sobre todo, sus adicciones, que ya no se limitan a las pastillas sino que comienza a beber grandes cantidades de alcohol y fumar distintas clases de cosas.


La serie se centra principalmente en estas dos cuestiones: el ajedrez y las adicciones. Y no es que se desmerezcan otras cuestiones como la vida social, académica o sentimental, sino que se le da el mismo lugar que esas cosas tienen en la vida de Beth: un rol totalmente secundario y prescindible. A ella no le importan las amigas, ni la ropa, ni los chicos ni el sexo. Como dice durante una entrevista (SPOILER): "Estoy bien sola. Me gusta el ajedrez, porque es un mundo en 64 casillas. Un lugar en el que sentirse segura. Un lugar predecible, dominable". Sin duda estra frase resumen y retrata a la perfección su personalidad: una madre biológica que se mata en un accidente de auto, una madre adoptiva alcohólica y un mundo de pastillas y alcohol. Para ella, el ajedrez es el refugio donde puede encontrar la tranquilidad que jamás tuvo en su vida. Todo lo que no sea ajedrez es secundario.


Hay que decir que la actuación de la joven actriz estadounidense-argentina-inglesa es brillante, cumpliendo con maestría el papel de una joven prodigio y adicta. Nunca es posible saber a ciencia cierta los sentimientos de la joven, excepto cuando juega ajedrez. Cada una de las miradas que regala durante la serie convencen al televidente a tal punto de que parecería ser una serie basada en hechos reales o en alguna jugadora del pasado. Y no, no es así: es ficción pura, basada en el libro homónimo de Walter Tevis. Una miniserie totalmente recomendable, se sepa o no algo de ajedrez.


Otro punto muy alto de la serie es la recreación perfecta de la época que logra Netflix: desde la ambientación y los vestuarios, pasando por el estilo de vida y la moda, hasta las cuestiones políticas entre los Estados Unidos y Unión Soviética. Incluso las cuestiones relativas al ambiente del ajedrez son fidedignas: la rivalidad entre la URSS y Estados Unidos, el juego en equipo de los primeros contra el individualismo de los segundos e incluso el ambiente machista que reinaba en aquel entonces para este deporte (algo que sigue vigente al día de hoy) .






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