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Robert Johnson: El Rey del Blues del Delta

A 110 años de su nacimiento, la historia de Robert Johnson sigue rodeada de misterio. El mito de su encuentro con el diablo, su escaso registro fotográfico y su lugar fundador en el club de los 27 alimentan la leyenda.

Un día como hoy, pero de 1911, nació uno de los padres fundadores del blues en Hazlehurst, Mississippi. Para muchos, el mejor músico de blues de la historia: Robert Leroy Johnson. El rock se funda en los acordes y estilo de Johnson, de quien además sabemos muy poco. Su corta vida fue rodeada de un halo de misterio, que incluso alimentó el mito de que fue el diablo quien le enseñó a tocar la guitarra.


Una de las cosas más impresionantes de su mito es que muchos afirman que él no sabía tocar, que tocaba espantosamente mal y que siempre era echado de los clubes de blues por lo mal que sonaba su guitarra. Hasta que un día desapareció y, tras un tiempo, volvió a presentarse para tocar endiabladamente bien, como nunca antes había tocado.


La leyenda es clara: Robert se encontró con el diablo en una encrucijada de Mississippi y le vendió su alma a cambio de convertirse en el mejor guitarrista de todos. Vamos a conocer algo de su historia, a 110 años de su nacimiento.

De Robert solamente hay dos fotos y ningún material en video. Su carrera tampoco fue muy extensa (solamente grabó 29 composiciones). Para un pilar de la música occidental esto es poquísimo. Su carrera se vio rápidamente interrumpida cuando se convirtió en el socio fundador del tristemente célebre club de los 27, en 1938.


Robert era hijo de Julie Dodds, quien estaba casada con Charles Dodds, un carpintero y granjero acaudalado. La cuestión es que el buen pasar económico de los Dodds no caía bien en la comunidad blanca y Charles debió huir a Memphis para evitar que lo linchen un puñado de extremistas. Julie quedó en la calle y terminó juntándose con quien sería el padre de Robert, Noah Johnson, un peón que trabajaba en un aserradero y tenía una humilde casa en Hazlehurst.


La infancia de Robert no fue muy estable, siempre a lo largo del río Mississippi, en Memphis, Jackson, Arkansas, Cleveland, entre otros lugares. El padre estaba totalmente ausente. Cuando su mamá se volvió a casar, la relación con su padrastro era mala, quien solía maltratarlo porque Robert no quería trabajar en el campo. Eran días en que las opciones de trabajo para las personas de color eran bastante escasas y no querer trabajar en el campo no era una opción muy sensata. Pero el tipo quería vivir del blues y no arruinarse las manos en el campo.


Por suerte a veces el destino ayuda un poco a que se den algunas cosas. No se tocaba blues en ningún otro lugar como Mississippi, ahí donde transcurrieron los jóvenes años de vida de Robert Johnson. Ese escape musical de los esclavos, lamento y protesta, añoranza de una realidad mejor, se hizo notas en los campos y las fincas como Will Dockery, en Robinsonville, donde Johnson tocó en más de una oportunidad.


Así comenzó Robert: para escapar a los campos de algodón iba a los pueblos para tocar por algunas monedas. Con veintipocos años comenzó a transitar las rutas de la cuenca del Mississippi con su guitarra. Era una época peligrosa para que un tipo de color se mueva por esos lugares. En Mississippi existían las posturas racistas más radicales del país gringo e incluso los esclavos intentaban no terminar trabajando en esas tierras a principios del siglo XX. Para colmo, desde las iglesias comenzaron a tildar al blues de música diabólica, lo que también significaba mala publicidad para el género y, por consiguiente, para los que lo interpretaban en los garitos o bares del pueblo.


Otro de los relatos no confirmados sobre Johnson es que estuvo casado. Fue cuando tenía 18 años que se enamoró de Virginia Travis, una muchacha de 15 años, por lo que ambos mintieron sobre su edad para poder casarse. El problema fue que la familia de ella era extremadamente católica: para poder ser un buen esposo Robert Johnson dejó de tocar la guitarra y decidió que finalmente trabajaría en el campo. Cuando ella estuvo por dar a luz al hijo de ambos se fue a lo de su abuela. Robert aprovechó para volver a tocar. Virginia murió junto a su bebé durante el parto.


Para la década del 30 Johnson tenía claro que quería ser un músico reconocido aunque todavía se manejaba en las calles. El reconocimiento estaba en los bares, donde tocaban bluseros como Son House o Willie Brown. Pero la realidad es que Johnson tocaba mal: cuando tenía un espacio se subía con una guitarra y lo que tocaba no era para nada agradable. Luego del rechazo de músicos y público por igual, Johnson desapareció de la región del Delta por casi un año. Cuando volvió a Robinsonville con una guitarra de seis cuerdas, algo inédito en esos años, tocaba como los dioses, o como el mismísimo demonio. ¿Qué pasó en el medio?


Ya conocemos el mito, la encrucijada, el pacto con el diablo a cambio de su alma. Las letras de Johnson alimentan esa historia, los blues sobre vudú, el infierno, sus sabuesos y su diabólico señor son una constante en la treintena de canciones que nos legó. Pero hay una explicación posible para este drástico cambio en la calidad de Robert.


Para comenzar, debemos abordar el tema de las letras desde otra perspectiva. El blues es una música de esclavos, nace en el seno de la esclavitud en Estados Unidos, ergo muchas referencias metafóricas describen escenas vividas por los esclavos negros en aquellos años. En “Hell Hound on My Trail” la referencia más normal sería relacionarlo con el infierno, pero cuando la canción habla de “polvo picante en mi puerta”, era un método que usaban a veces los esclavos para alejar a los sabuesos de caza de los blancos. Johnson abordaba desde la metáfora y la magia de su gente realidades que vivían los negros en su cotidianeidad. Era un infierno, pero no tenía que ver con lo bíblico.


Ahora vamos a lo histórico y a una posible explicación al radical cambio en la técnica de Johnson. Hay relatos que indican que luego de dejar el Delta, frustrado por sus malogrados intentos de establecerse como músico de blues, regresó a Hazlehurst, su pueblo natal, en Mississippi. Volvió a buscar a su papá biológico, Noah, y en ese camino se encontró con una figura de trascendental importancia en esto, Ike Zimmerman, el mejor guitarrista al sur del Mississippi. Estos relatos comentan que Ike y Robert iban cada noche al cementerio que estaba frente a la casa de Ike a practicar. Dicen que Ike bromeaba con Johnson diciendo: “No importa lo mal que toques, acá nadie se va a quejar”. Como suele pasar, la historia y el mito, la tumba, el cementerio, el diablo, se retroalimentan.


Cuando Johnson volvió a los bares, su técnica había dado un salto cuantitativo. Innovando completamente la forma de tocar blues. Además de sumar una cuerda a la guitarra, Johnson lograba hacer que las notas dialoguen entre sí, entre melodías y graves, como si dos guitarristas tocaran al mismo tiempo. Esto pudo lograrlo gracias a que tenía manos más grandes de lo normal, e implementó el slide (deslizarse sobre la cuerda entre los trastes de la guitarra). Así lograba un sonido que fue la base del blues eléctrico y, por consiguiente, del rock and roll.


Johnson hizo suyo el mito de su pacto con el diablo. Ese halo de misterio y terror que infundía su historia le permitió moverse sin ser demasiado molestado por las rutas gringas. Además, tras un fallido intento por formar una familia, Robert comenzó a transitar una vida de whisky y mujeres. Este camino lo llevó indefectiblemente a un trágico final.

Fue en Three Forks, un bar en las afueras de Greenwood, Mississippi. Robert había intimado con la esposa de uno de los tipos que trabajaban en ese bar. Una noche en ese bar pidió una botella de whisky. Cuando se la entregaron no estaba sellada. Un amigo le advirtió a Johnson que nunca se debe tomar de una botella que no viene sellada, pero Robert no le hizo caso. El whisky estaba envenenado. Robert Johnson agonizó tres días hasta fallecer un 16 de agosto de 1938.


Robert Johnson nos dejó una escueta pero brillante obra. Fue la influencia de muchos de los bluseros más grandes de nuestro tiempo. Su mito se agiganta con el pasar de los años. Creer en la leyenda de la encrucijada es parte del halo de misterio que, afortunadamente, sigue engrandeciendo la figura del Rey del Blues del Delta.

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